ExConvento de San Agustin

253 dano. Simbólicamente el claustro también tiene la connotación de paraíso terrenal, el cual rememora la caída del hombre por el pecado original. La pasión, la muerte y la resurrección de Cristo salvaron al hombre de la muerte eterna y por medio del sacramento del bautismo representado por la fuente y el “agua vivificadora” que de ella emana, el hombre es purificado e integrado a la comunidad cristiana, al pueblo de Dios. Sin embargo el hombre, de naturaleza dual, está tentado a caer en el vicio de la soberbia, pecado ancestral de la humanidad representa- do por los hermes parlantes. La sociedad entonces es asistida y guiada en sus necesidades espirituales, con humildad y caridad, para honrar a Dios por el apostolado agustiniano representado por las águilas en las enjutas. San Agustín, como padre, pastor y protector de la orden y de sus devotos, es ejemplo a seguir así como también lo son los san- tos agustinos representados en las claves. El claustro alto Ahora bien, si el claustro (figuras 64 y 66) es considerado simbólica- mente como la prefiguración del Paraíso, San Agustín lo define como “la vida de los bienaventurados; por sus cuatro ríos, las cuatro virtudes cardinales, prudencia, fortaleza, templanza y justicia; por sus árboles, todas las artes útiles; por el fruto de los árboles, las costumbres de los justos, por el árbol de la vida, la misma sabiduría, madre de todos los bienes, y por el árbol de la ciencia del bien y del mal, la experiencia del precepto violado; porque puso Dios la pena muy a propósito, pues- to que la puso justamente a los pecadores y, aunque no por su bien, la experimenta el hombre”. Y agrega: Podemos también acomodar toda esta doctrina a la Iglesia, para que así lo en- tendamos mejor, tomando estos objetos como figuras y profecías de lo venidero, por el Paraíso, a la misma Iglesia, como se lee de ella en los Cantares, por los cuatro ríos del Paraíso, los cuatro Evangelios, por los árboles fructíferos, a los santos, por su fruta, sus obras, por el árbol de la vida, el santo de los santos, que es Jesucristo, y por el árbol de la ciencia del bien y del mal, el propio albedrío de la voluntad, pues ni aún de sí mismo puede el hombre usar muy mal, si desprecia la voluntad divina, y así llega a saber la diferencia que hay cuando abraza el bien común a todos, o cuando gusta del suyo propio. Porque

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