ExConvento de San Agustin
267 mundana, y prosigue en el claustro alto, que es una alegoría de la vida espiritual. Convergen varios conceptos que culminan en la represen- tación de los hermes gárgolas dotados de un simbolismo de sacerdocio real y eucarístico; unidas todas estas ideas por el ideal agustiniano. En el programa se advierten dos ideas o conceptos que se entretejen y a la vez se complementan: el claustro es considerado como prefiguración del Paraíso celestial, en cuyo ámbito se desarrolla la vida religiosa de la comunidad agustiniana, y el concepto filosófico, expresado y extrac- tado de La ciudad de Dios , donde San Agustín reflexiona sobre el origen y la formación de las dos ciudades; lo que rememora la historia bíblica del hombre desde su creación en el Paraíso, su devenir y su destino al final de los tiempos. El hombre dotado de una naturaleza noble pero dual, enfrenta moralmente una continua lucha entre el bien y el mal, en cuyas elecciones favorables o negativas juegan un papel importan- te el auxilio de Dios y el libre albedrío. Los dos conceptos expresados a través de la iconografía, tanto del claustro bajo como del alto, se refieren, el de la planta baja, a una sociedad interesada mayormente en lo terrenal y mundano, movida por el egoísmo y la soberbia; el otro, en la planta alta, a una sociedad de religiosos agustinos preocupados por lo espiritual y por el cumpli- miento de su apostolado, practicando las virtudes y guiando a esa so- ciedad mundana, para que el hombre se renueve a través del sacra- mento de la Eucaristía y se salve. Así, todos los que recibieron la gracia aguardan la redención al final de los tiempos que les permitirá gozar de la vida eterna en la “Ciudad de Dios”, la Jerusalén Celeste, el Paraíso Celestial. El programa sugiere un mensaje positivo y alentador que sigue una trayectoria circular, viene de arriba hacia abajo para volver a lo alto, es decir, la palabra de Dios y los sacramentos derramados en su nombre por los escogidos (su sacerdocio real) sobre su pueblo (los bautizados) hacen que éste se renueve con la esperanza de la salvación, junto con los bienaventurados, al final de los tiempos. En La ciudad de Dios , San Agustín reconoce que, a través del deve- nir de la historia del hombre, basado en el Antiguo y el Nuevo Testa- mento, el linaje humano puede distribuirse en dos tipos, los que viven según el hombre y los que viven según Dios; esto simboliza las dos
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