ExConvento de San Agustin
268 ciudades, es decir, dos sociedades o congregaciones de hombres, de las cuales una está predestinada para reinar eternamente con Dios y la otra, para padecer eterno tormento. 193 El origen de las dos ciudades es el primer hombre, “creado a imagen y semejanza de Dios”. San Agustín señala la polaridad existente entre el hombre mismo y las dos ciudades, tema que se expresa en el programa del claustro. Así que dos amores fundaron dos ciudades, es a saber, la terrena, el amor propio, hasta llegar a menospreciar a Dios, y la celestial, el amor a Dios, hasta llegar al desprecio del sí propio. La primera puso su gloria en sí misma, y la segunda, en el Señor; porque la una busca el honor y la gloria de los hombres, y la otra, estima por suma gloria a Dios, testigo de su conciencia, aquella estribando en su vanagloria, ensalza su cabeza, y esta dice a su Dios ‘Vos sois mi gloria y el que ensalzáis mi cabeza’; aquella reina en sus príncipes o en las naciones a quienes sujetó la ambición de reinar; en esta unos a otros se sirven con caridad, los directores, aconsejando, y los súbditos, obedeciendo, aquella, en sus poderosos, ama su propio poder, ésta dice a su Dios ‘A vos, Señor, tengo de amar, que sois mi virtud y fortaleza’; y por eso en aquella, sus sabios viviendo según el hombre, siguieron los bienes, o de su cuerpo, o de su alma, o los de ambos; y los que pudieron conocer a Dios, ni le fueron agradecidos, sino que dieron en vanidad con sus imaginaciones y discursos, y quedó en tinieblas su necio corazón; porque, teniéndose por sabios, quedaron tan ignorantes, que trocaron y transfirieron la gloria que se debía a Dios eterno e incorruptible, por la semejanza de alguna imagen [ídolo]. 194 El hombre se introduce aquí en la corriente viva de los sucesos como causa de los mismos, movida por dos resortes opuestos, el egoísmo y la caridad. Son los dos principios dinámicos. Uno, positivo y creador de valores eternos, y otro, perfectamente negativo, si bien capaz de crear valores terrenos.” Los “dos amores intervienen, entremezclándose y combatiéndose, en el curso de la sociedad humana a lo largo de los siglos […] la lucha entre las dos ciuda- des está concebida dialécticamente como tensión de contrastes, que serán reducidos a una armonía final por la omnipotencia y la justicia de Dios al final de los tiempos”. 195 193 Ibid ., XV, 1, p. 332. 194 Ibid ., XIV, p. 331. 195 Obras de San Agustín I, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, p. 245.
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