Caminaba un tanto lento, cuidando que las piedras no fueran el obstáculo para dar un paso firme, iba a lo alto de ese cerro solo porque la jovencita, de rostro sumamente bello y radiante tambien se lo había pedido, y con su diáfana candidez en la creencia de la palabra dada, actúa sin dilación alguna.
Llego hasta la cima, donde los abrojos, las piedras y rocas, los pequeños arbustos secos y algunas hojas se mecían lentamente, solo como sacudirse la pequeña capa de hielo que tenían, se acerco mas aun, y alli con los ojos muy abiertos y lleno de emoción, vio ese pequeño espectáculo divino que solo el cielo puede hacer mediante la naturaleza.
¡No daba crédito!, ¿en pleno invierno?, se preguntó.
Con temperaturas que no son las adecuadas para el crecimiento floral, y mucho menos se espera que alli estén esas flores y de diferentes colores, blanco, azul, amarillo, rosa, rojo, guinda, y unas también en color negro, toda una Epifanía del espectro del color, donde el cenzontle (canto del pájaro de las mil voces), manifestaba con sus coloridos silbidos el camino del amor eterno, ya que el aroma de incienso, mirra, sándalo, romero, jazmín, rosa, eucalipto, canela, se extendió por toda esa área generando la ataraxia completa.
Con cierto cuidado, ya que las espinas estaban alli tambien y sus manos, aunque callosas, debía de cuidarlas, fue cortando las rosas de Castilla y las estaba depositando en el hueco que había hecho con su Tilmatl, no hablaba, no cantaba, no reía, solo estaba haciendo lo que se le había pedido, llenó lo más que se pudo y bajo donde estaba la agraciada jovencita de rostro celestial, alli, ella misma puso sus tiernas y hermosas manos sobre las flores y le dijo:
Au in oyukimottili, imatikatsinko konmokuili; niman ye okseppa ikuexanko kiualmotemili kimoluili: “—Noxokoyou, inin nepapan xochitl yeuatl in tlaneltilis in neskayotl in tik—uikilis in Obispo.